Amor Incómodo

No saber qué hacer cuando alguien te quiere es más común de lo que imaginamos. De hecho, son pocas las personas que han aprendido realmente a dejarse querer sin temor, sin poner distancia, sin esconderse detrás del control o la autosuficiencia. Y esto no ocurre por falta de amor disponible, sino porque en algún punto del camino —ya sea en la infancia, en la escuela, en la cultura que habitamos o en los vínculos que nos formaron— alguien nos enseñó, de manera tácita o explícita, que abrirse es exponerse, que recibir sin ofrecer algo a cambio es señal de debilidad, y que mostrar ternura sin defensa es una forma peligrosa de entregarse al mundo.

Esta dificultad para recibir afecto ha sido estudiada desde diferentes enfoques psicológicos. El apego evitativo, por ejemplo, describe a personas que aprendieron desde muy temprano que la cercanía emocional no era segura, que el afecto podía ser inconsistente o incluso doloroso. Para quienes crecieron bajo esta pauta de apego, dejarse querer no es solo un gesto de entrega: es un riesgo que puede activarse como amenaza. Y no por desconfianza hacia el otro, sino por la forma en que uno aprendió a protegerse del dolor.

La psicología relacional ha abordado ampliamente este fenómeno. Estudios sobre el apego emocional, especialmente los modelos propuestos por John Bowlby y Mary Ainsworth, han identificado que las personas con estilos de apego evitativo o desorganizado tienden a rechazar o resistirse al afecto genuino. Esta dificultad para dejarse querer no nace del desinterés o la frialdad, sino del miedo profundo a la vulnerabilidad. Desde el campo de la neurociencia afectiva, se ha comprobado que para algunas personas, recibir cariño activa zonas del cerebro relacionadas con la amenaza o la defensa, no con el placer. Dejarse amar, entonces, puede sentirse más como un riesgo que como un refugio.

Aprendimos a querer a otros como escudo, como estrategia, como forma de validarnos; pero no nos enseñaron a recibir el amor como algo legítimo, merecido, que no hay que ganarse a pulso ni devolver con la misma moneda para que no se acabe. Nos volvimos hábiles para demostrar, para cuidar, para dar sin medida; pero torpes, incómodos o incluso hostiles cuando lo que se nos ofrece es cuidado, ternura o reconocimiento. Y esa incomodidad habla de algo más grande: de una estructura que celebra la fortaleza como dureza, la independencia como aislamiento, la autosuficiencia como única forma válida de ser digno.

Hay algo profundamente vulnerable en dejarse ver cuando uno es querido. Porque recibir amor implica permitir que el otro vea las partes menos defendidas, los gestos torpes, los silencios inseguros. Implica tolerar el miedo a decepcionar, a no estar “a la altura”, a mostrarse frágil. Y todo eso, en una cultura que ha glorificado la frialdad como señal de autocontrol, puede sentirse como una exposición insoportable.

Tal vez por eso nos cuesta tanto bajar la guardia. Porque cuando alguien nos quiere sin condiciones, no sabemos qué hacer con esa ternura. Porque hay algo que se rompe —un hechizo, un mito, una herencia— cuando comprendemos que dejarse querer no es rendirse, sino permitir que el amor también nos transforme, sin exigirnos que seamos perfectos para recibirlo.

📘 El Gran Olvido habla también de esto: de cómo los inicios —los vínculos tempranos, los vacíos, los gestos que no supimos interpretar— siguen trazando, muchas veces en silencio, la red desde la cual nos relacionamos. Recordar no es mirar hacia atrás con nostalgia, sino entender desde dónde estamos amando, huyendo o repitiendo.

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Ale White

Mi Biografía sigue y seguirá en construcción, pero hasta el momento, destaco mi amor por los libros, el conocimiento, las palabras y las conversaciones profundas. Me formé como Ingeniero civil Industrial, con posgrado en Marketing; Diseño industrial y me certifique como Coaching Ejecutivo. Además de formaciones en neurociencia aplicada y escritura creativa, entre otros.

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