Grito Onírico
Existe una memoria cultural del deseo femenino asfixiado, por comulgar con un exceso de moral intransigente. Una genealogía de silencios, prohibiciones y habitaciones cerradas donde el cuerpo fue castigo y el deseo, pecado.
¿A qué huele el deseo reprimido?
Huele a flores secas, a viejo, a humedad en los armarios, a vestidos colgados sin cuerpo. Huele a rezos murmurados con los dientes apretados, a una casa sin ventanas abiertas,
a sopa recalentada, a misa obligada, a vergüenza heredada. Huele a madre que no pregunta, a padre que no escucha, a culpa constante.
A todo lo que no se dijo. A lágrimas contenidas. A un deseo reprimido entre las páginas de un catecismo.
Huele a juventud encerrada entre cortinas pesadas y crucifijos de pared. Huele a silencio barnizado, a la espera larga de una puerta que nunca se abre, a rosa marchita entre salmos, a un cuarto de adolescente convertido en capilla.
Huele a cuerpo muerto, a pudrición en curso. Huele a azufre, a naftalina, a algo preservado artificialmente. Es un olor antinatural, molesto, insoportable. Un olor que te obliga a escapar.
Un grito onírico en color sepia. Una danza suicida que nadie quiso mirar de frente.
Como las Lisbon, de Las vírgenes suicidas, cinco hermanas que vivieron en una casa que olía a encierro y a Biblia, donde los días se repetían como oraciones sin respuesta, y soñaron con una vida que no estaba hecha para ellas, porque nunca se les permitió imaginar otra.
Fueron cinco, pero podrían ser millones con la misma historia: las hijas del silencio, del control, de la belleza como cárcel y del deseo confinado al ámbito de lo prohibido.
Sofia Coppola las materializa en un recuerdo filmado, las envuelve en una niebla espesa y delicada,como si la nostalgia pudiera protegerlas, como si el olvido tuviera forma de encuadre lento.
Transforma el dolor de lo reprimido en estética, la tragedia en atmósfera. Una historia contada en formato folk, como una canción en un disco de vinilo que, de pronto, deja de sonar… aunque el disco sigue girando. Pero ya no se oye nada más.
Como Carrie, la adolescente humillada, marginada, negada por una madre religiosa que convirtió la sangre en vergüenza y el deseo en castigo divino.
Carrie no se suicida. Estalla. Es la encarnación del deseo reprimido que, cuando ya no puede encerrarse, se convierte en muerte.
Desde Madame Bovary hasta La campana de cristal, desde las vírgenes suicidas hasta las criadas distópicas de Atwood, la historia de la cultura occidental está llena de cuerpos femeninos que ardieron por dentro porque no les permitieron arder por fuera.
Ese deseo que no encuentra cuerpo, esa energía que no encuentra cauce, esa voz que no encuentra espacio…
…eso también es historia.
Eso también es literatura.
Eso también somos nosotras.
📘 El Gran Olvido nace también de estos ecos. De gritos silenciados, de cuartos cerrados, de canciones que suenan como señales. De la certeza de que la memoria —aunque imperfecta— nos construye más que cualquier relato oficial.
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