Dancing Queen

Hay recuerdos que nos marcan.

Pequeños momentos de nuestra infancia que, de cierta manera, construyeron un hilo invisible hacia nuestro futuro. Recuerdos buenos. Otros no tanto. Pero todos nos forman. Nos atraviesan y nos habitan.

Cuando cumplí diez años, en 1996, mi abuela me regaló mi primer cassette. Era de una banda sueca que se llamaba ABBA. Le encantaba Dancing Queen. Yo no entendí nada. Durante mucho tiempo, en realidad, no entendí nada. Hasta hace poco… cuando crecí no solo de edad, sino por dentro. Cuando maduré mi mundo interior.

Ahora, adulta, pienso mucho en ella. Y esa canción —la que antes no me decía nada— se volvió una señal del universo para mí. Cada vez que suena en algún lugar, siento que me llama o que me está confirmando que estoy en el camino correcto.

Casi siempre la veía sola, melancólica, como si intentara atrapar con la mirada un recuerdo escurridizo de un pasado remoto. Por ella conocí a Gabriela Mistral, y supe de su premio Nobel. Lo contaba con un orgullo tan hondo que parecía propio. Me narraba cuentos sin libros, solo de memoria. Ya no recuerdo más que retazos, pedazos sueltos… insuficientes para contárselos hoy a mi hija.

También me hablaba de sus películas favoritas, que ahora entiendo eran su pequeño culto privado: La lista de Schindler, Lo que el viento se llevó, Ciudadano Kane... Películas que la sostenían en silencio, como quien se aferra a un mundo más grande desde el sillón de casa. Básicamente, lo que hago yo ahora: hablar de cine, libros y música como si ahí estuviera la vida entera. Sin saberlo, compartimos ese refugio. Y hoy, una parte de mí conoce ese mundo interior del que ella se sostenía.

Tenía una caligrafía preciosa. Una vez me confesó que escribía poemas. Yo era demasiado niña para interesarme. Y ella, demasiado silenciosa para insistir.

Pasaba muchas tardes a solas, junto a una radio antigua que sintonizaba AM y sonaba a tango, mientras ella miraba hacia afuera. O hacia dentro. Nunca supe.

Yo la miraba en secreto, con culpa por no estar ahí compartiendo con ella, pero el instinto infantil te lleva por otros caminos, muy lejos de la reflexión y la quietud.

Ahora, de adulta, entiendo que ella —en su interior y en su soledad—, atrapada en una vida que probablemente no era la que había soñado, se imaginaba a sí misma como una Dancing Queen, bailando en un mundo secreto hecho de canciones, sueños y fantasía.

Ahora entiendo esa nostalgia sorda que la habitaba. Esa sensación de que la vida avanza más rápido que los sueños. Y que, con el tiempo, sabremos que muchos de esos sueños no los veremos realizarse.

Ella era —como tantas otras— una mujer con un mundo complejo, enorme, lleno de riqueza interior. Un mundo que nadie había tocado. No porque no existiera, sino porque nunca se le dio la oportunidad de desplegarlo fuera del sueño. Vivía en una sociedad que la había condenado a la repetición doméstica, al cuidado constante, al silencio bien educado. Sus pensamientos —sus verdaderos pensamientos— solo respiraban a través de canciones, poemas, películas y recuerdos. Y en ese encierro sin barrotes, el vacío se volvió rutina, y el recuerdo de sus sueños… su única forma de no olvidarse del todo quién era.

Hoy recuerdo esos vacíos en los que ella soñaba en secreto, o más bien en silencio, con discreción, para no alterar la vida que había construido. Pero también me doy cuenta de que ella era un universo lleno de cultura, ternura y silencios sabios que yo no supe ver. Era demasiado pequeña para entenderlo. Y ahora que lo entiendo… la escucho cada vez que suena Dancing Queen. Y pienso que es ella, bailando en el cielo, como siempre soñó.

Porque hay recuerdos que no se olvidan. No porque duelan, sino porque nos construyeron. Nos formaron, nos acompañan. Y nos recuerdan —aunque el tiempo pase— quiénes fuimos. Y quiénes seguimos siendo.

📘Gran Olvido nace también de estos recuerdos.De abuelas que soñaban en silencio. De canciones que vuelven como señales. De la certeza de que la memoria —aunque imperfecta—nos construye más que cualquier relato oficial.

Este libro no es solo una reflexión filosófica o cultural: es un intento de mirar hacia atrás con ojos nuevos. Para comprender que los recuerdos que no se olvidan
no son solo los que duelen, sino también los que nos sostienen sin que lo notemos.

Porque en algún rincón de nuestro presente, sigue sonando esa canción. Y alguien que ya no está nos sigue diciendo, sin palabras:
“Vas bien.”

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Ale White

Mi Biografía sigue y seguirá en construcción, pero hasta el momento, destaco mi amor por los libros, el conocimiento, las palabras y las conversaciones profundas. Me formé como Ingeniero civil Industrial, con posgrado en Marketing; Diseño industrial y me certifique como Coaching Ejecutivo. Además de formaciones en neurociencia aplicada y escritura creativa, entre otros.

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