Disclaimer Afectivo

Hay formas de no querer más que no se dicen en voz alta. Se filtran entre silencios que se vuelven densos, entre respuestas evasivas que intentan suavizar el golpe que creemos inevitable si llegamos a ser completamente sinceros. A veces no se trata de maldad ni de frialdad, sino de algo mucho más humano y cotidiano: el miedo a decepcionar, a no saber cómo salir de una relación sin destruir del todo al otro, a no tener el coraje de hacer lo que se supone que haría un adulto emocionalmente responsable.

Entonces aparece el famoso disclaimer afectivo: una especie de advertencia no dicha, una retirada sutil, un distanciamiento camuflado de falta de tiempo, de cansancio, de enredos personales. Es una forma elegante, casi siempre cobarde, de quedarse sin quedarse, de decir “no quiero” sin tener que decirlo. Porque hay personas que no saben irse, pero tampoco saben quedarse enteras, completas, comprometidas. Y en ese punto intermedio, donde no hay claridad ni decisión, todo se vuelve confuso y agotador.

Decimos que queremos evitar el sufrimiento ajeno, pero muchas veces es solo una forma de no asumir el propio, de no cargar con la culpa, de no atravesar la incomodidad de nombrar lo que ya es evidente. Evitamos decir lo que sentimos no por falta de amor, sino por falta de recursos emocionales; no porque el otro no importe, sino porque preferimos desaparecer de a poco antes que enfrentarnos a la crudeza de una frase honesta. Y así se estira el vínculo como una cuerda vieja que ya no sostiene nada, solo la ilusión de que aún queda algo por salvar.

No nos enseñaron a cerrar bien una puerta, a despedirnos con honestidad, a dejar ir sin destruir o fantasmear. Aprendimos a iniciar, a entusiasmarnos, a construir vínculos con cierta ilusión aprendida del cine, de las novelas, de la cultura romántica que nos prometía que querer era suficiente; pero nadie nos enseñó cómo soltar sin herir ni desaparecer, cómo poner palabras donde solo hay dudas o agotamiento, cómo decir “hasta aquí” sin disfrazarlo de excusas.

Y así vamos, multiplicando disclaimers afectivos como si fueran notas al pie de relaciones que ya no queremos sostener, pero que no nos atrevemos a terminar. Por miedo al dolor del otro, sí, pero también por miedo a cargar con la culpa, al juicio, al silencio incómodo que sigue a la despedida. Nos decimos que es por cuidado, pero en el fondo sabemos que evitamos el conflicto que nos obliga a ser claros. Y es que a veces, simplemente, ya no queremos estar. Por el motivo que sea. Porque el vínculo se agotó, porque el deseo se diluyó, porque el otro —aunque no haya hecho nada malo— ya no nos motiva a seguir caminando juntos.

Y eso también es válido. Lo que no es válido es quedarnos a medias, jugar a la ambigüedad emocional, mantener relaciones con cuerpo presente y alma ausente, solo para no tener que pasar por el trago amargo de mirar al otro a los ojos y decir: esto ya no va.

Decir que no queremos continuar no nos hace malas personas. Nos hace personas que están aprendiendo a ser honestas, a salir de situaciones que ya no les hacen bien, a dejar de sostener vínculos por miedo o por inercia.

Quizás aún nos falta madurar el sentido de responsabilidad afectiva, con nosotros y con los demás. Porque la desechabilidad solo debería existir para lo que podemos reciclar. Las personas no se tiran. Se cuidan, se despiden, se respetan.

📘 El Gran Olvido habla también de esto: de cómo los inicios —los vínculos tempranos, los silencios que aprendimos a callar, las despedidas que nunca se nombraron y los gestos que no supimos interpretar— siguen trazando, a veces de forma invisible, la red emocional desde la cual nos vinculamos hoy. No es casual que nos cueste tanto cerrar una puerta, ser claros o dejar ir sin desaparecer. Recordar no es solo mirar hacia atrás con melancolía, sino comprender desde dónde estamos amando, huyendo o repitiendo. Porque muchas veces ese “no sé cómo decir que no quiero” no nace del presente, sino de una historia mucho más antigua que todavía nos habita sin darnos cuenta.

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Ale White

Mi Biografía sigue y seguirá en construcción, pero hasta el momento, destaco mi amor por los libros, el conocimiento, las palabras y las conversaciones profundas. Me formé como Ingeniero civil Industrial, con posgrado en Marketing; Diseño industrial y me certifique como Coaching Ejecutivo. Además de formaciones en neurociencia aplicada y escritura creativa, entre otros.

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