Transformarse en padres

Sabemos que el comienzo no es sencillo. Cuando esta pequeña criatura llega a casa, el caos y la entropía reinan todos los espacios mentales, emocionales y físico. Tenemos que adentrarnos a este caos, con nuestro propio festín hormonal, para comenzar a construir algo nuevo y más ajustado a este desafío. Una vida nueva, reorganización de prioridades, rutinas optimizadas, horarios en constante cambio. Poco se dice sobre las dificultades y la soledad de un inicio. Son muchas las familias que este proceso lo viven muy lejos de una red de apoyo y eso, sin duda alguna, proporciona un grado de incertidumbre y ansiedad al proceso que se vive. Solo los padres, que cumplen su rol de padres, podemos entender a otros padres en la misma situación.

En ocasiones, ser padres no significa solo enfrentarse a ese caos inicial, también, es tener que mirar tus propias sombras, carencias y limitaciones. Es recordar momentos difíciles de tu infancia o revivir, de manera inconsciente, patrones que te hicieron daño. Es querer hacerlo bien esta vez y no cometer esos errores con tu hijo, es querer sanar y cortar de una vez la historia familiar que se viene perpetuando. El amor hacia esa criatura hace que tengas el coraje de mirar la sombra olvidada, traerla al presente, perdonarla, integrarla a tu historia y dejarte en paz. Es entender, en algún punto, que todos son víctimas de víctimas y un hijo se presenta como una gran oportunidad para sanarte de adulto, si no tuviste la oportunidad de pequeño. Esa voluntad nace de querer sentir sin interferencias el amor, en su más grande expresión, en tu pecho sin miedo a sentirte vulnerable. Querrás ser inmortal, verlo crecer y asegurarte que este bien, pero lamentablemente o afortunadamente, no viviremos para siempre. Dicen que la velocidad de la luz es lo más rápido que se puede viajar por el espacio, un hijo crece a esa velocidad, no pierdas tu tiempo, que el tiempo pasa solo una vez para todos. Aprovéchalo, estas guiando a un ser humano, y tú también estas creciendo.