“¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes angelicales?
”
Existen circunstancias en las que la capacidad de elegir es, paradójicamente, la peor de las suertes. Hay momentos en que habría sido menos cruel que el destino actuara como un árbitro implacable, sin dejar margen a la elección. Cargar con el peso de una decisión que implica la vida o la muerte de otro es devastador.
En esas situaciones, nadie sobrevive realmente. Todos mueren de alguna forma. O, al menos, una parte de ellos lo hace. Es solo cuestión de grados, de quién pierde más, de quién sobrevive con la carga más pesada.
Este dilema se expone de manera magistral en el libro Sophie’s Choice de William Styron. A continuación, un extracto que contextualiza la historia de Sophie, una prisionera polaca deportada a Auschwitz junto a sus dos hijos, Eva y Jan. Al bajar del tren, se enfrenta a la crueldad del médico del campo, quien decide el destino de los prisioneros: a la izquierda, la muerte en la cámara de gas; a la derecha, la vida para el trabajo forzado.
Cita de Sophie’s Choice (William Styron)
"Puedes quedarte con una de las criaturas."
—¿Cómo?, dijo Sophie.
"Que puedes quedarte con una de las criaturas", repitió el médico. "La otra tendrá que irse. ¿Con cuál te quedas?"
—¿Quiere decir que tengo que escogerla?
"Tú eres polaca y no judía. Eso te da un privilegio, una opción."
Las facultades mentales de Sophie se desvanecieron. Sintió que sus piernas no la sostenían.
—¡No puedo elegir! ¡No puedo elegir!, comenzó a gritar. Ich kann nicht wählen!, repitió desesperada.
El doctor, molesto por la escena, le ordenó:
"Cállate. Y ahora escoge enseguida. Escoge de una vez, o los envío a los dos allí. ¡Deprisa!"
Sophie no podía creer lo que estaba ocurriendo. Aún arrodillada en el frío andén, sujetaba con fuerza a sus dos hijos, como si con ello pudiera salvarlos. Buscó desesperadamente una mirada de compasión en el asistente del médico, un joven Rotterführer. Pero el hombre solo la miró con ojos abiertos de par en par, como diciendo: "No, no lo entiendo."
—No me hagas elegir, susurró Sophie. No puedo elegir.
"Bueno, pues mándelos a los dos a la izquierda", respondió el médico con indiferencia.
En ese instante, Sophie se levantó con un movimiento torpe y vacilante.
—¡Tome a la niña!, gritó. ¡Quédese con mi hijita!
El asistente, con una delicadeza que Sophie jamás pudo olvidar, tomó la mano de Eva y la condujo hacia los condenados.
Sophie nunca pudo borrar la imagen de su hija alejándose. La niña miraba hacia atrás, suplicante. Pero las lágrimas cegaron su vista de madre desesperada, ahorrándole el dolor de ver la última expresión de su pequeña. Desde lo más profundo de su alma, Sophie supo que no habría podido soportarlo.
—"Se fue con su osito y su flauta", dijo Sophie al terminar su relato.
Desde aquel momento, nunca pudo soportar esas dos palabras. Oírlas o pronunciarlas en cualquier idioma era un tormento.